Escrito en el mes de Enero.
Días como el de hoy no pertenecen a la estación primaveral entendidos como tal, pero se antojan para el espíritu del individuo como momentos de supremo regocijo. De tal manera, acostumbrados a los días invernales que por ende son grises y cuanto menos tristes; se convierten estos días con aires primaverales, en oasis dentro de la monotonía.
Nos estimulan aquellos sentidos que están en el eterno letargo y que quizá, en verano los terminemos aborreciendo sistemáticamente. Esa afluencia de sentidos que experimentamos nos hace ver las cosas desde un enfoque más positivista; en ocasiones se traduce en reflexión o simplemente da forma a acordes alegres, para aquellos que entienden la vida como si de notas musicales estuviera compuesta.
Algo así es lo que me ha pasado hoy. Realmente es una sensación complicada de describir, pero que su aproximación terminológica, se conjuraría seguro, con la de placentera. Es por ello que, he decidido plasmar ese sentimiento vital y me he aventurado a pasear por la ciudad, en un intento más de hacer tangibles esas sensaciones.
Las calles se encontraban abarrotadas, la gente paseaba de aquí para allá; muchos, porque su trabajo lo requería pero aún así se podía percibir un ambiente extraordinario. Y es que, es demostrable el hecho de que los días primaverales de invierno gustan a la mayoría de gente -incluso a los alérgicos, que no están acechados por el jodido polen-. Mejor humor, mejores caras y por consiguiente mayor salud, es lo que se palpa en el ambiente.
Para una sociedad estresada y enferma, que empeora por momentos, resultan estos días como una bocanada de aire fresco, que hace que la mezquindad y la hurañería humana se conviertan en cobijo de ideas, pensamientos y sentimientos cargados de frescura.
Un día primaveral, definitivamente es el bálsamo reparador de las heridas que nos vamos haciendo en nuestro día a día, representa la carga de energías que necesita nuestra pila vital. Se podría decir que estos días, son necesarios para encontrar una grieta que nos conduzca hacia esa tan ansiada felicidad.
Picnic II, Fernando Botero
En un principio, había pensado en aprovechar esta tarde para buscar a ver si pasaba algo anecdótico que me sirviera de inspiración. Pero me he dado cuenta al sentarme en un banco, mientras el sol apuntaba sus rayos hacia mi rostro y una pequeña brisa me acariciaba, que efectivamente mi bienestar estaba ya realizado de por sí. Motivo suficiente para dejar de indagar más donde no debía.
Ese bienestar, me hizo valorar y reflexionar sobre las cosas que tengo, a las que puedo acceder y las que debo tratar de buscar. Cosas que a lo mejor no son tangibles –lo que buscaba a mí salida- pero que sí son elementos que nos hacen más humanos y adquieren un valor que ha de tenerse muy en cuenta: amor, amistad, familia, conocimiento, cultura, son solamente unos de los muchos conceptos que traté e hicieron que me sintiera afortunado de ser quien soy y de querer lo que quiero.
Ese bienestar, me hizo valorar y reflexionar sobre las cosas que tengo, a las que puedo acceder y las que debo tratar de buscar. Cosas que a lo mejor no son tangibles –lo que buscaba a mí salida- pero que sí son elementos que nos hacen más humanos y adquieren un valor que ha de tenerse muy en cuenta: amor, amistad, familia, conocimiento, cultura, son solamente unos de los muchos conceptos que traté e hicieron que me sintiera afortunado de ser quien soy y de querer lo que quiero.
Todo este fenómeno, probablemente será cosa de la climatología o de la biología. Pero, tal vez sea nuestra aura, que siente cómo, en pleno invierno, es bendecida por un hermoso día de primavera…
No hay comentarios:
Publicar un comentario