Licencia

martes, 29 de marzo de 2011

Amor Como Concepto de Venta

El amor es algo tan ambiguo, que tratar de definirlo es comparable con intentar encerrar en pequeños frascos, las fragancias que nos rodean a lo largo de nuestros días. Los grados del sentir son efímeros al mismo tiempo que cambiantes, siendo eso básicamente lo que mantienen en común unos tipos de amor con otros.

Pero lo que sí es cierto, es que existen innumerables tipos de amor que varían según enfoques. Es decir, pueden estar dirigidos hacia personas, objetos, principios, identidades y un interminable etcétera. Ese amor puede canalizarse de las maneras más remotas que podamos imaginar y en muchas ocasiones puede rozar incluso la mayor de las obsesiones frenéticas.

Aunque como he comentado, exista un inmenso abanico de tipos de amor, yo me explayaré sobre uno en particular, del cual pocas personas –mercadotécnicos y similares aparte- son conscientes, a pesar de que la mayoría lo padezcan. Este amor es el que se sufre hacia las marcas concretamente; incluso los más escépticos lo padecen.

Para explicar este fenómeno nos tendríamos que trasladar a épocas muy lejanas. Pero para entender su significado contemporáneo, tendríamos que partir del siguiente hecho: Los causantes de dicho amor por las marcas, fueron los agresivos mecanismos de marketing que se implantaron y que han ido evolucionando hasta el día de hoy. Siendo más exactos, se creó un sistema para dar rienda a la producción proveniente de la macro-industrialización que se estaba dando. En la medida que aparecían muchas firmas para un mismo producto, las marcas servían para que el consumidor pudiera diferenciar la una con la otra –su procedencia y en definitiva lo que había detrás de ese producto en cuestión-. Ya no era el producto de fulanito  de tal, sino que eran grandes compañías que operarían tanto regional, nacional o incluso internacionalmente.

Ante tanto producto, que a priori se antojaba uno igual del otro, las marcas se vieron obligadas a evolucionar y crearse una identidad propia. El consumidor, confuso con tanta posible elección se decantara así por el producto en cuestión y finalmente pasara por caja.  Así pues, dejando de dar mera importancia al producto en sí, se empezó a “vender” la marca, de tal manera que con el paso del tiempo una misma marca ofrecía distintos productos, despojándose en gran medida de la relación directa que estaba arraigada entre marca-producto.

Por otro lado, no es harina de otro costal, el hecho de que todo consumidor tiene en su subconsciente almacenadas unas marcas concretas. Marcas que le transmiten una serie de valores como puedan ser confianza, seguridad, prestigio o incluso cutrez e indecencia. Encontramos de esta forma, que este tipo de amor -como la gran mayoría-, tiene una estrecha conexión con estímulos psicológicos que operan en nuestra mente.

Y es que, es tal la evolución que ha sufrido este tipo de amor en la sociedad, del que pocos o nadie escapa, que nos encontramos ante un fenómeno que pueda incluso traducirse en forma de vida. Porque vivimos de lo que consumimos (así es, vivimos en una sociedad donde el consumo está a la orden del día guste o no) y no podemos negar el hecho de que siempre que vayamos a adquirir o a consumir algo, nuestro amor hacia la marca está presente y pegando fuerte.

Mucha gente cree que esto se limita solamente a ir a una tienda de ropa y comprar “la marquita”, pero en nuestro día a día tomamos muchas decisiones vinculadas con este amor bastardo. Un ejemplo claro de este fenómeno son las compras del supermercado y el autoengaño que nos hacemos muchas veces al justificar porqué éste en vez de el de marca blanca, siendo la última más barata. O cómo escogemos un restaurante y no el otro, cuando el “menú del día” es idéntico, pero el que descartamos es algo más barato. O cuando simplemente dudamos entre dos productos de higiene similares (véase champú) pero resulta que uno pertenece a nuestras marcas “queridas”, aunque terminemos pagando algo más por llevárnosla. 

El amor hacia la marca lleva implantado hace décadas en nuestra sociedad, pero a mi entender ha cobrado su máxima expresión hoy en día, con ejemplos del estilo de la compañía Apple. Esta marca tiene fanáticos por todo el mundo que esperan con gran ansia el avance de algún producto que comercializan. Es por todos sabido, que en general cuestan (los productos Apple) una cantidad considerablemente más alta que los otros de su segmento. Ante este hecho, muchos acérrimos a la marca, se escudan en la calidad de los productos, el diseño, la exclusividad…(disonancia cognitiva) ¿A caso es exclusividad tener un dispositivo, el cual vas a ver repetido, al menos diez veces en un día? 




Con todos mis respetos hacia los consumidores de esta marca, diré que no deja de ser, una vez más, uno de los miles de mecanismos mercadotécnicos que hacen que nos enamoremos de una marca o de otra; una cosecha que ha sido fruto de arduos años de trabajo comunicativo. De carácter corporativista, pero siempre desde una perspectiva buen rollista e independiente hacia las demás marcas, es decir, ha logrado transmitir unos valores con los que ha llegado a un amplísimo mercado y se ha desmarcado como marca; acompañado, como esmeradamente se han encargado de ello, de unos productos que respondieran a esos valores de marca anteriormente trabajados.

Parece que en el caso de Apple, el Cupido de la manzana mordisqueada tiene flechas para dar y tomar… Y las que pega, pega fuerte de verdad. ¡Puro Brand Management amigos!



Podemos ver como el mismo spot del Ipad 2 se titula "Love", dejando entrever cual es su principal baza.

martes, 22 de marzo de 2011

Benditos días de primavera

Escrito en el mes de Enero.

Días como el de hoy no pertenecen a la estación primaveral entendidos como tal, pero se antojan para el espíritu del individuo como momentos de supremo regocijo. De tal manera, acostumbrados a los días invernales que por ende son grises y cuanto menos tristes; se convierten estos días con aires primaverales, en oasis dentro de la monotonía.

Nos estimulan aquellos sentidos que están en el eterno letargo y que quizá, en verano los terminemos aborreciendo sistemáticamente. Esa afluencia de sentidos que experimentamos nos hace ver las cosas desde un enfoque más positivista; en ocasiones se traduce en reflexión o simplemente da forma a acordes alegres, para aquellos que entienden la vida como si de notas musicales estuviera compuesta.

Algo así es lo que me ha pasado hoy. Realmente es una sensación complicada de describir, pero que su aproximación terminológica, se conjuraría seguro, con la de placentera. Es por ello que, he decidido plasmar ese sentimiento vital y me he aventurado a pasear por la ciudad, en un intento más de hacer tangibles esas sensaciones.

Las calles se encontraban abarrotadas, la gente paseaba de aquí para allá; muchos, porque su trabajo lo requería pero aún así se podía percibir un ambiente extraordinario. Y es que, es demostrable el hecho de que los días primaverales de invierno gustan a la mayoría de gente -incluso a los alérgicos, que no están acechados por el jodido polen-. Mejor humor, mejores caras y por consiguiente mayor salud, es lo que se palpa en el ambiente.

Para una sociedad estresada y enferma, que empeora por momentos, resultan estos días como una bocanada de aire fresco, que hace que la mezquindad y la hurañería humana se conviertan en cobijo de ideas, pensamientos y sentimientos cargados de frescura.

Un día primaveral, definitivamente es el bálsamo reparador de las heridas que nos vamos haciendo en nuestro día a día, representa la carga de energías que necesita nuestra pila vital. Se podría decir que estos días, son necesarios para encontrar una grieta que nos conduzca hacia esa tan ansiada felicidad.

Picnic II, Fernando Botero

En un principio, había pensado en aprovechar esta tarde para buscar a ver si pasaba algo anecdótico que me sirviera de inspiración. Pero me he dado cuenta al sentarme en un banco,  mientras el sol apuntaba sus rayos hacia mi rostro y una pequeña brisa me acariciaba, que efectivamente mi bienestar estaba ya realizado de por sí. Motivo suficiente para dejar de indagar más donde no debía.


Ese bienestar, me hizo valorar y reflexionar sobre las cosas que tengo, a las que puedo acceder y las que debo tratar de buscar. Cosas que a lo mejor no son tangibles –lo que buscaba a mí salida- pero que sí son elementos que nos hacen más humanos y adquieren un valor que ha de tenerse muy en cuenta: amor, amistad, familia, conocimiento, cultura, son solamente unos de los muchos conceptos que traté e hicieron que me sintiera afortunado de ser quien soy y de querer lo que quiero.

Todo este fenómeno, probablemente será cosa de la climatología o de la biología. Pero, tal vez sea nuestra aura, que siente cómo, en pleno invierno, es bendecida por un hermoso día de primavera…

domingo, 6 de marzo de 2011

Bilbao Gris I: La Palanca

Desde pequeño he oído por boca de mi padre, que Bilbao se estaba transformando sí, pero para peor. Según decía, el “lavado de cara” que estaba sufriendo la villa, estaba repercutiendo directamente en el carisma que la hacía tan especial. Bilbao Gris lo llamaban aquellas personas que, como mi padre, añoraban viejos tiempos en los que la ciudad abducía a todo aquél romántico que quedaba sucumbido a sus encantos. Desde luego, aquella no era, ni mucho menos, una ciudad sinsorga –como se diría por estos lares-.

Un Bilbao, que tras la industrialización y la llegada del capital extranjero, mayoritariamente británico, se había aburguesado y lucía despreocupado los esplendores con los que la nueva jet set lo había dotado. Una dolce vita, que paralelamente surgía junto con la vida obrera que iba adueñándose de los barrios que conformaban las periferias de la capital vizcaína.

Con todo ello, se dio un fenómeno que arrastraría la famosa doble moral. Ésta consistía en que los burgueses bilbaínos, se comportaban como almas de cántaro, cuan buen feligrés se apreciase. Pero, que a la hora de la diversión, escogían como desfogue los lugares de alterne que empezaron a medrar en las ya mencionadas periferias.

Quizá, en cuanto a estos menesteres se refiere, el máximo exponente de la ciudad haya sido la zona del barrio Chino, más comúnmente conocido como La Palanca. Aquí, comenzaron a ubicarse numerosos prostíbulos, locales de alterne, bares… Y si había tanta oferta, era porque también había demanda.

En este ambiente de carácter liberal, se reunían también gays, travestis, viajantes, hombres de negocios y mucha más gente que venía de sitios lejanos expresamente para disfrutar de la noche bilbaína. Era, según afirman los que lo conocieron, un sitio en el que la gente -reprimida por la sociedad de aquel entonces- podía expresarse libremente al tiempo que se desinhibía entre copa y copa.

Conforme se iba cuajando el alterne en esos rincones, se vivía una especie de extraordinaria complicidad entre los que allí se reunían.  Complicidad que hoy día sería impensable a la hora de juntar segmentaciones sociales de tan distinta índole, en un espacio tan reducido.  

La Palanca Gran Cabaret (Karraka)

Las fuerzas del orden, se mantenían al margen siempre y cuando hubiera una convivencia entre los vecinos y visitantes de La Palanca. Eso hacía más atractiva aún dicha zona; por eso y por el factor de situación en las “afueras”, alejada del ultraconservadurismo que azotaba las mentes ciudadanas de los barrios céntricos.

Así era, una de las zonas más singulares del bocho, hasta que en la década de los ochenta comenzó su declive con el cierre de muchos locales. La falta de clientela y el cambio sociocultural que se vivía, propiciaron la bajada de persianas de lo que era y ha sido uno de los pilares del auténtico Bilbao.



*Para aquel lector que esté interesado en profundizar acerca del tema, decir que existen unos cuantos libros que hablan largo y tendido.